Apuntes (carlistas) sobre Iparraguirre y el Gernikako Arbola

Artículo de Javier Cubero publicado en Naiz el 29/10/2020.

En este año 2020, en la medida en que ha sido posible pues la pandemia del COVID-19 ha constituido un freno forzoso, se ha reivindicado la figura de José María Iparraguirre así como su obra más universal: el himno fuerista Gernikako Arbola. En relación a toda esta temática quisiera aportar algunos apuntes sobre la trayectoria del bardo carlista pero también sobre la significación y arraigo del himno entre los carlistas vasconavarros a lo largo de diversas generaciones.

Iparraguire durante su primera estancia en Madrid, estudió en el Colegio de San Isidro, que regentaban los Jesuitas. Sin embargo, iniciada la Primera Guerra Carlista, un día al marchar de casa supuestamente para acudir al Colegio, escapó hacia el Norte, para regresar a su Euskal Herria natal y poder luchar contra los liberales bajo la bandera legitimista de Don Carlos de Borbón, V de Castilla y VIII de Navarra. No es casual que ese Colegio jesuítico constituyera por entonces un foco difusor de la ideología carlista. Ya en el siglo XVIII la Compañía de Jesús había sido un importante núcleo de oposición al despotismo ilustrado, precursor del liberalismo en muchos aspectos, no solo en la postura «galicana» respecto a la Iglesia Católica, sino también en las políticas de uniformización (territorial) y desamortización (económica). Por cierto, en ese mismo Colegio estudiaba en esa misma época Xuan María Acebal, un asturiano que también devendría en carlista y que destacó por ser la principal figura de la literatura decimonónica en lengua asturiana.

Manuel de Irujo, que era del PNV pero que carecía de los prejuicios «aranistas» que recientemente ha mostrado Iñaki Anasagasti respecto al Gernikako Arbola, en el libro Inglaterra y los vascos (1945) señalaba que «Iparraguirre, el bardo de la raza, cantor de la libertad vasca, era un voluntario carlista, de los que increpaban de traidor al general Maroto y de traición al Convenio de Bergara. Por no aceptar sus condiciones como ley del país, pasó la frontera con Don Carlos y vivió en el destierro hasta 1853, cantando a la libertad en diversas naciones del continente europeo, por las que deambuló en su exilio como proscrito».

A su vuelta del exilio, Iparraguirre da a conocer en Madrid el Gernikako Arbola. Posteriormente recorre Euskal Herria con su guitarra y su himno, despertando tal entusiasmo entre el pueblo, que es detenido, encarcelado y finalmente obligado a abandonar su propia tierra natal. Según manifestaría Pedro de Egaña, en un discurso pronunciado en las Cortes de Madrid, cuando los antiguos voluntarios carlistas escuchaban el Gernikako Arbola, «aquellos hombres, que habían llevado boina durante los seis años de guerra, que tenían un corazón caliente y les chispeaba la sangre, levantaban los brazos en ademán altivo, jurando morir por los Fueros». No eran tiempos de estabilidad política los de 1855, diversas partidas carlistas se echaban al monte en Catalunya y el Régimen liberal no estaba dispuesto a tolerar semejantes manifestaciones en Euskal Herria.

Como decía Irujo en relación al proceso de recorte progresivo de los Fueros iniciado en 1839 a partir del Abrazo de Bergara: «A la falaz e hipócrita fórmula de la ley de 25 de octubre [de 1839], respondieron los vascos con las estrofas del Gernikako Arbola, entonado por los batallones carlistas como himno de la raza en la» Tercera Guerra Carlista.

La victoria liberal de 1876 no implicó que los carlistas vasconavarros olvidasen el Gernikako Arbola. Todo lo contrario. En 1931 el periodista carlista Guillermo Arsenio de Izaga publicaba con el seudónimo de Modestinus un libro titulado La Tradición y Euskeria, en el cual afirmaba que: «La persecución centralista hizo desaparecer muchos cantares de Iparraguirre; mas los que han llegado hasta nosotros —algunos de los cuales son modelos en su género por lo melodioso del canto, lo dulce del afecto, lo artístico de la forma y lo genial de la concepción— bastan para enaltecer y perpetuar su nombre en los pueblos de Vasconia (…) Todas sus canciones —admirables por lo candoroso de la expresión, lo noble del concepto y lo delicado del sentir en sus más tiernos matices— vivirán mientras resuene en los valles y en los montes de Euskal-Erría el eco, dulce y enérgico a la par, del idioma venerable de Aitor; pero todas ellas quedarán eclipsadas, por decirlo así, ante lo viril, evocador y solemne del Guernikako Arbola, en que el trovador, superándose a sí mismo, juntó y juntará siempre en un solo amor y en un solo latido a los vascongados dignos de este nombre. Y así, este himno será, quiérase o no, el himno de Euskeria, el que permanecerá allí, como su autor, a través de las generaciones, a las cuales ha de guiar en la reconquista de sus añoradas libertades».

En 1939, el historiador carlista Román Oyarzun en su Historia del Carlismo definía al Gernikako Arbola como el «himno santo de Vasconia, la que generosamente desea para toda España lo que anhela para sí» dentro «de una monarquía federal».

Durante la posguerra, el historiador carlista Melchor Ferrer publica su Historia del Tradicionalismo Español, en la cual reivindica que el Gernikako Arbola «siempre se ha considerado como himno carlista, no sólo en las regiones vasco-navarras, sino que también en ambas Castillas».

En 1953, Antonio de Lizarza, quien fuera Delegado Regional del Requeté en Navarra, cuyo comportamiento político lo había apartado en la posguerra de la disciplina política del Partido Carlista, publica sus Memorias de la conspiración, en las cuales insistía en que: «Los requetés, no se olvide, cuando marchaban lo hacían al son del chistu, que tocaba el Gernikako Arbola o el Oriamendi».

En 1955, Dolores Baleztena, antigua Vicepresidenta de las Margaritas de Navarra, en el folleto Museo histórico de Pamplona narraba de la siguiente manera una visita al desaparecido Museo de Recuerdos Históricos del Carlismo: «El abuelo sube muy despacio, y al seguir su paso cansino admiramos por las escaleras retratos de reyes, escudos y grabados. En el descansillo, una preciosa vidriera con el árbol de Guernica, y escrito en la lengua milenaria el lema Jaungoikoa. Soteria. Lege Zara. Erege (Dios. Patria. Fueros. Rey). Ante este árbol, símbolo de las libertades forales, evocamos a Joshe Mari Iparraguirre, el bardo de la Euskalerria, que luchó como voluntario por la tradición de España, y que, poseído de un sentimiento de internacional fraternidad, pide en su inspirado cantar al árbol santo que extienda sus ramas y dé sus frutos al mundo entero».

En 1971 unos jóvenes de los Grupos de Acción Carlista (GAC) irrumpieron en la Radio Requeté de Iruña y colocaron una cinta magnetofónica que contenía un manifiesto carlista junto con el Gernikako Arbola. Lo que radiaron entonces no fue un «himno nacionalista vasco», como llegó a escribir Francisco Javier Caspistegui, responsable de la ampliación de la exposición permanente del actual Museo del Carlismo, sino un himno representativo de la más genuina tradición carlista con independencia de que a lo largo de la historia hubiese sido también cantado por los más diversos sectores del arco ideológico.

 

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