El carlismo o socialismo autogestionario

Artículo de Alberto Ibarrola Oyón publicado en www.noticiasdenavarra.com 03/12/2018

Con una frecuencia inusitada y de forma recurrente se arremete contra el carlismo desde algunos sectores de izquierda, obviando la interesante evolución ideológica que protagonizó esta corriente durante el franquismo y que le llevó al socialismo autogestionario, que recoge sus tradicionales posturas contrarias a la política económica liberal y al centralismo, y que, a diferencia del Tradicionalismo, le confiere un carácter democrático. Al parecer, algunos dirigentes de izquierda ignoran que el carlismo, lo mismo que el socialismo, más allá de cuestiones dinásticas, surge en oposición a la explotación del hombre por el hombre que impusieron en el siglo XIX el liberalismo económico y la primera revolución industrial, y en defensa de los derechos forales, lo autóctono y las tradiciones populares. Esta postura favorable al mantenimiento de las culturas autóctonas propició que su mayor arraigo lo obtuviesen donde existía una mayor autoconciencia, es decir, Euskal Herria, Catalunya y Galicia, pues, en efecto, el carlismo constituye un precedente del nacionalismo democrático.

En Navarra y País Vasco, las huestes carlistas se echaban al monte en defensa de los fueros al grito exultante de laurak bat. Esos ataques e incomprensión resultan todavía más injustos cuando provienen de antiguos socios de coalición, puesto que el Partido Carlista participó en la fundación de Izquierda Unida.

Fal Conde, principal líder carlista durante la II República, tuvo que exiliarse tras el golpe de Estado de 1936. El Conde de Rodezno, con el precedente de haber frustrado el estatuto vasco-navarro, conocido como Estatuto de Estella, le había arrebatado el mando tras acatar las directrices provenientes de Burgos, donde el general Franco, con el apoyo de Hitler y Mussolini, se había hecho con el poder absoluto. A la postre, esto supuso para el carlismo una escisión, ya que pronto surgieron en su seno voces en contra del régimen franquista, lo que dio pie a la fundación del Partido Carlista como organización democrática de izquierdas. En 1976 el postfranquismo atentó contra este movimiento;el asesinato de dos militantes carlistas en Montejurra paradójicamente retrasó la legalización del Partido Carlista, que no pudo participar en las elecciones constituyentes de 1977, lo que le situó en clara desventaja respecto a los demás partidos, una injusticia que, por lo visto, ya no es posible restañar desde el punto de vista electoral.

De este modo, el carlismo actual combina las posiciones anticapitalistas y federalistas con el cristianismo que siempre defendió a ultranza. Como los propios carlistas subrayan, el Concilio Vaticano II, hipercrítico con los fascismos y favorable a las políticas sociales, vino a darles la razón. Sin embargo, algunos dirigentes de izquierda, al parecer, no consideran que lo prioritario sea defender el sector público ni los derechos de los trabajadores ni de los pueblos, sino que basan toda su acción política en arremeter contra la Iglesia católica, pese a los enconados y esforzados intentos de numerosas organizaciones de cristianos de base que buscan una conciliación. Con ello obvian el fructífero diálogo entre marxismo y cristianismo que en la segunda mitad del siglo XX produjo organizaciones como las Comisiones Obreras (nunca se hubiesen podido fundar sin la cooperación de los jesuitas, por ejemplo, en las asambleas clandestinas de El Pozo del Tío Raimundo (Madrid), en las que, por otro lado, también participaron falangistas de izquierdas, un estereotipo político cuyo significado en la actualidad la mayor parte de la gente desconoce). De aquel intenso diálogo también surgió el EKA-Partido Carlista de Euskal Herria, cuyo socialismo autogestionario recoge un bagaje ideológico imprescindible. ¡Lástima que la exposición permanente del Museo del Carlismo de Estella/Lizarra haya ignorado esta última fase histórica tan sugestiva!

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