Es fácil esquivar la lanza, pero no el puñal oculto

Un traidor es un hombre que dejó su partido para inscribirse en otro. Un convertido es un traidor que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro.

Una traición puede ocurrirle a un familiar, a un amigo, a un compañero de estudios, de trabajo o incluso de partido político. Se trata de una herida a la confianza, del rompimiento de la lealtad. Casi todos a lo largo de la vida, nos hemos sentido en un grado mayor o menor traicionados, ya que las relaciones interpersonales están basadas en la confianza y la verdad. De modo que la traición vendría a herir este “pegamento afectivo”. Sabemos bien que la confianza requiere de tiempo para ser construida, pero puede ser derribada en cuestión de minutos.

Está claro que nadie traiciona de un día para el otro. La persona que traiciona lo primero que hace es entrar de alguna forma en el círculo de relaciones y, la mayoría de las veces aunque no siempre, conoce a quien va a traicionar. Posee información, datos y tiene acceso a dicho círculo como alguien cercanos para luego traicionar al otro.

El traidor se toma su tiempo para ir construyendo internamente ideas, pensamientos, que intenten justificar su comportamiento. De hecho, en general, esta persona está convencida de que su comportamiento es correcto y honorable, pues ha estado racionalizándolo. Utiliza entonces la traición como una manera de reparar la supuesta injusticia experimentada. De esta manera logra “cubrir la realidad externa” (las situaciones que ha vivido) con su mundo interno. Dichas explicaciones serían la forma de encontrarle coherencia a sus hechos y sus pensamientos.

Esta justificación muchas veces posee un contenido persecutorio. Aquí es donde aparece el tercer elemento: el narcisismo herido. La traición es la manera de reparar la insatisfacción interior basada en sus propias realizaciones, ya que quien traiciona se siente fuerte.

Lo que el felón ignora es que este impulso está basado en una acumulación de frustraciones, decepciones y conflictos internos. Fundamentalmente, según los especialistas, con la imagen paterna, con el amor y la atención del padre que, de manera simbólica, proyecta en quien va a traicionar. Y más si la figura paterna ha sido, de alguna manera, un líder carismático de masas, un símbolo político de un movimiento que arrastraba tras de sí a multitud de personas y al que el traidor no le llega ni a la suela del zapato.

Es evidente que algunos traidores buscan grupos de apoyo para armar un complot, ya que ellos mismos por sí solos son incapaces ni si quiera de cortar un simple queso de bola. Es decir, aliados, personas con quienes puedan armar coaliciones (pseudoalianzas afectivas) con el fin de destruir a sus supuestas víctimas. Es el temor inconsciente de enfrentarse cara a cara al otro, lo que lo conduce a buscar una “tropa” para así poder resolver finalmente lo que, en muchos casos no son más que celos infantiles no resueltos a su debido tiempo.

Pero después de todo esto la duda que nos corroe sigue siendo la siguiente: ¿el traidor realmente nace o se hace?

Peñarroya