La Confederación como solución

Artículo de Patxi Ventura.

Cuando la imposición fuerza traumáticamente la convivencia entre Pueblos y Naciones distintas durante largos períodos, se acumulan las afrentas y desquites, los ataques a los idiomas y a las culturas, la manipulación histórica y su enseñanza obligatoria impuesta por los más fuertes, y ese sedimento se va arrastrando en la memoria, la cultura y los sentimientos personales y familiares, haciendo prácticamente imposible que aun en los casos en que realmente se desee, se pueda evolucionar directamente hacia una nueva relación en la que prime el respeto entre los asociados y a los DDHH y a la democracia.

Y es por eso que se hace imprescindible el previo y mutuo reconocimiento de la libertad y la soberanía para decidir el futuro entre cada una de las partes que como tal se reclamen, mediante el ejercicio del Derecho de Autodeterminación. Y solo desde ese punto y aparte, que puede ser seguido, se hace viable una nueva y distinta relación libre, voluntaria y deseada por los recíprocos beneficios que la misma debe implicar.

Ese “pequeño detalle”, entre otros varios, fue el que faltó en la magnificada y un poco bufa transición de 1978 para lograr una verdadera refundación reconciliadora con vocación de futuro, y no un parche de urgencia para evitar la que se esperaba una lógica escabechina sangrienta después de tantos años de opresión y dictadura contra las personas y los Pueblos de Las Españas.

En ese sentido hay que reconocer que ese objetivo inmediato que se plantearon los que detentaban el poder, se cumplió, con la excepción del terrorismo de ETA, y lo hicieron cumplir desde los resortes de fuerza de un Estado que cambió de titular, pero no de manos, pues los mismos funcionarios de la represora dictadura siguieron en sus puestos en la llamada democracia.

Sin embargo, el problema de fondo sigue ahí, persiste y se agrava, con sus ciclos de mayor o menor manifestación, pero recurrente, inacabable, a pesar de que no nos paren de anunciar y celebrar una vez tras otra sus exequias.

Irlandeses, Escoceses, Flamencos, Valones, Kurdos, Chechenos, Saharauis, Corsos, Osetas, Abjasos, junto a cientos más, y otros mucho más cercanos que todos tenemos en la mente, son ejemplos de Pueblos conquistados o sometidos por el pretendido “Derecho” de conquista o por otros parecidos que hoy no tienen justificación alguna bajo el prisma de la ética, la democracia, los DDHH o la Unión Europea.

Y es para esos Pueblos que resulta necesario encontrar una solución que resulte justa y aceptable para todos, que permita la convivencia, la solidaridad, la colaboración y la participación en proyectos comunes sin que ello implique la continuación de la indeseada sumisión y forzada dependencia. Y en esa línea, y siempre que no llegue demasiado tarde, la confederación desde la autodeterminación, puede ser un buen punto de partida, para reiniciar una nueva –unión- o relación abierta, fundamentada en la libertad, la voluntariedad, el respeto mutuo, el interés reciproco y sobre todo la vocación de afecto y de futuro, tal como se viene manifestando estos días desde Bélgica o Euskalherria .

Y es que los inconvenientes que se le adjudican de laxitud, de dificultad de gestión, de lentitud en su operatividad, se pueden corregir en cuanto lo decidan sus integrantes, pues ese sistema no impide que puedan alcanzarse acuerdos o uniones puntuales o generales tan fuertes como se quieran en función de lo que se necesite y se decida, sin por ello tener que renunciar definitivamente a la titularidad de la soberanía; o avanzar, entonces sí democráticamente, hacia Estados federales o incluso unitarios pero ya sin ese pecado original de la imposición.

En Bélgica, por lo que leímos recientemente, parece ser que quieren hacer -un Estado- confederal sin partir de la exigida y previa autodeterminación de las partes, y posiblemente esos falseamientos, si se dan, (pues en teoría, en las confederaciones no se crea ningún nuevo estado sobre los confederados), pueden impedir los efectos conciliadores y benéficos de esa fórmula que necesariamente debe partir del reconocimiento mutuo de la capacidad para decidir libre y soberanamente de cada una de las partes.

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