¿Ser turista en tu propia ciudad?

En Donostia-San Sebastián la actividad turística se está desarrollado en beneficio de unos pocos y en detrimento de la mayoría de sus vecinos y vecinas. Nos han hecho creer que el turismo nos aporta beneficio y riqueza, pero los datos presentan otra realidad. Adaptando las leyes y las normas a conveniencia, la ciudad ha tendido la alfombra roja a todo aquel a quien se le ha ocurrido que el turismo es una forma de negocio fácil. Los ciudadanos, en cambio, percibimos cambios, consecuencias y perjuicios en nuestra ciudad y en nuestros modos de vida debido a ese turismo masivo.

Da la sensación de que se esté gestionando la ciudad como si fuera una empresa y de competir en el mercado de las ciudades del mundo con la marca Donostia (y Basque Country). De que se quiera adaptar la ciudad para ofrecer al exterior unas características concretas a esa marca, lo que a menudo supone adaptar nuestros barrios, nuestras condiciones de vida y nuestro modo de vida a esas exigencias y de paso excluir todo aquello que no genere un beneficio económico directo, queriendo folklorizar, convertir en icono y ofrecer a la venta todo lo característico de esta ciudad, que es mucho y variado.

El turismo masivo está convirtiendo la ciudad poco menos que en pasto de inversores y especuladores. Las inversiones públicas están notablemente influidas por quienes invierten en inmuebles, por el capital financiero, y las empresas transnacionales que tienen como objetivo atraer y condicionar la estructura y distribución de la renta.

El empleo que está generando este turismo masivo es precario, se mire por donde se mire. Las nuevas actividades económicas que se están creando a su servicio están transformando la estructura productiva de la ciudad. El comercio cercano está desapareciendo a marchas forzadas, siendo sustituido por multinacionales y franquicias de souvenirs, moda y hostelería. Se está imponiendo y generalizando la subcontratación de servicios en los que imperan la flexibilidad y la reducción de costes por medio de contratos temporales y salarios indignos. Generándose así una clase trabajadora que está resultando en mucho casos invisible y que está formada en su mayoría por mujeres.

Esta industria turística está incrementando desproporcionadamente el precio de las vivienda, así como el del alquiler llegando a precios prohibitivos. Hoteles y apartamentos turísticos (AirBnB y otros) están sustituyendo a viviendas, expulsando progresivamente a los vecinos de los barrios. Esta situación no solo está provocando la subida de los precios de los servicios de ocio, sino también los de los artículos urgentes o cotidianos. Crece sin parar el número de vecinos que se ven obligados a residir en localidades próximas del extrarradio. Las maletas de viaje con ruedas están sustituyendo a los carros de la compra.

Vemos cómo están adaptando el espacio público al consumo desaforado. Las dificultades para desarrollar actividades comunitarias, culturales, actividades libres y gratuitas sin generar ni fomentar ese consumo son cada vez mayores. En cambio, se están ofreciendo grandes facilidades para que toda la ciudad se convierta en un gran centro comercial en  épocas y lugares de mayor afluencia turística.

Este turismo masivo nos está homogeneizando. No dudan en aprovechar la singularidad de nuestras cultura a su conveniencia, desmantelando poco a poco las redes comunitarias locales. Al final, vemos que tenemos los mismos comercios aquí y en Berlín. Se nos ofrece una oferta cultural estandarizada y orientada a los visitantes, ofreciendo incluso más espacio a las lenguas de éstos que al propio euskara.

Por eso sería conveniente generar un debate sincero, transparente y abierto en torno al modelo turístico que se nos está imponiendo, en defensa de las condiciones de vida de los vecinos de la ciudad como un elemento prioritario en toda estrategia y actividad económica que se desarrolle en la misma. Todo ello, sin ir en contra de las personas que nos visitan en sus vacaciones. Ya que los efectos que el modelo turístico vigente genera en la ciudadanía: en la vivienda, en las actividades laborales, en las relaciones vecinales, en el pequeño comercio, en el paisaje lingüístico es verdaderamente preocupante.

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