El Partido Carlista (PC) es el resultado de un fenómeno político original de neta base popular. El Carlismo nace en 1833 con ocasión de una disputa dinástica que será la excusa para encender el polvorín de la España decimonónica, una sociedad desgarrada por la crisis de un Antiguo Régimen insostenible. Ante esta crisis como en el resto de Europa se inicio en España un proceso de revolución burguesa liberal, ante el cual la sociedad española se dividirá en grupos socio-políticos con intereses fuertemente enfrentados, siendo el apoyo a una u otra candidatura dinástica el pretexto para enzarzarse en tres guerras civiles y numerosos levantamientos.
El bando llamado primero “isabelino”, y después “alfonsino” se caracterizara por la defensa una revolución liberal pactada entre la vieja oligarquía feudal y la ascendente burguesía, en la cual no se produce una sustitución de la vieja clase dirigente sino su fusión con la nueva burguesía. En esta revolución los grandes perdedores serán las clases populares: el campesinado, que será privado de las propiedades comunales de la tierra; y el artesanado que verá abolido el sistema gremial. Serán estas clases sociales los que formaran junto con aquel sector de la vieja oligarquía que no acepta el cambio, el bando contrarrevolucionario, a cuya cabeza se situó la dinastía “carlista”.
En los libros de historia de la escuela se estudian las diferentes corrientes del liberalismo pero curiosamente no las del Carlismo, del cual se da una imagen reducida y simplista al identificarlo en exclusiva con el “partido apostólico”. Don Carlos V fue apoyado en la reivindicación de sus derechos al trono por tres grupo políticos claramente diferenciados: apostólicos, absolutistas intransigentes que representan al sector más reaccionario de la vieja oligarquía; transaccionistas, realistas moderados partidarios de reformas siguiendo el ejemplo ingles que principalmente serán apoyados por la parte carlista de las clases medias; y fueristas, partidarios de restaurar los Fueros en toda su plenitud y actualizarlos a los nuevos tiempos, idealizaban la época “foral” anterior a la monarquía absoluta, y consideraban que el régimen liberal era el continuador de este al abolir los restos del sistema foral y al continuar con la concentración de la propiedad de la tierra en una minoría de terratenientes mediante la Desamortización.
El resultado de las Guerras Carlistas (1833-1840, 1846-1849, 1871-1876) fue la instauración en España de la monarquía de Isabel II y Alfonso XII, de un estado centralista, de un sistema capitalista, de las tierras comunales y eclesiásticas, y la abolición de los restos del sistema fuerista y de los gremios. En esta nueva España liberal las viejas oligarquías de la Monarquía absoluta se integraron perfectamente en el liberalismo moderado o conservador, mientras la burguesía se hacia con el dominio político y socio-económico de España y la “modernizaba” en nombre de un “Progreso” del cual ella era la gran beneficiada mientras que las clases populares se vieron privadas de su modo tradicional de vida y lanzadas al empobrecimiento y a la proletarización dentro de la revolución industrial. Fueron estas clases populares y una Dinastía que vio frustrados sus derechos al trono, quienes se vieron marginados y sin posibilidad de integrarse en el nuevo sistema. Surge entonces el Pacto Dinastía-Pueblo, formula basada en el pactismo foral medieval, como principio constituyente del Carlismo. Pueblo y Dinastía se unen y se apoyan el uno en el otro frente a la Revolución Liberal burguesa. La lealtad a la Legitimidad dinástica dará al Pueblo una bandera y unos lideres en torno a los cuales podrá agruparse y formar estructuras de resistencia en base a su cultura tradicional.
La Dinastía liderará las luchas populares por los Fueros, la Justicia Social y la conservación de su modo tradicional de vida y su cultura.
Así es como surgió el Carlismo, como reacción a las injusticias de una revolución burguesa, que en nombre de una Libertad y un Progreso abstractos creo un sistema de participación restringida, imponiendo una reforma agraria que solo beneficio a una minoría y unas estructuras centralistas y capitalistas, totalmente enfrentadas a las tradiciones y libertades concretas de los Pueblos, expresadas en el vocablo Fueros, palabra que concretara todo el pensamiento carlista a lo largo de dos siglos de lucha continua contra el Liberalismo.
Durante la monarquía alfonsina, España paso a tener un sistema parlamentario estable, en el cual participo el Partido Carlista tras dotarse de una estructura política de masas. Este será un periodo de depuración, en el cual el Carlismo se depurara de los llamados integristas, notables “aburguesados” que en nombre de la “integridad de los principios de la Tradición” pretendían hacer del carlismo una fuerza regresiva al servicio del nuevo sistema, ya fuera impidiendo su estructuración política, integrándolo en el conservadurismo, convirtiéndolo en un partido clerical o promoviendo su estancamiento ideológico.
Pero gracias a la firme intención de D. Carlos VII de hacer un partido adaptado a los nuevos tiempos, apoyada por las bases populares, estos integristas fueron derrotados y expulsados en 1888. Se puede decir que es entonces cuando de verdad nace el “Partido Carlista” al dotarse el carlismo de una estructura política permanente, que se presentara asiduamente a las elecciones y capaz de movilizar masas, y que a pesar de los diferentes cambios de régimen y de las persecuciones se mantendrá en pie, existiendo hasta el día de hoy.
Es en esta época cuando el lema “Dios-Patria-Fueros-Rey” se divulga y populariza como resumen del pensamiento carlista. Este lema por su alusión a ideas de muy diferentes concreciones puede dar lugar a equívocos sobre la ideología carlista, especialmente si olvidamos que la sociedad agraria tradicional del XIX es muy diferente a la urbana postindustrial de XXI.
La referencia a Dios no era sino la expresión de la profunda vivencia cristiana del pueblo, cuya religiosidad se sentía herida tanto por el anticlericalismo de la parte del liberalismo más “progresista” como por el fariseísmo del liberalismo “conservador”.
De esta vivencia cristiana del hombre y su vida en sociedad surge una dinámica humanista, de defensa de las libertades y derechos del hombre, que sigue siendo hoy el fundamento del pensamiento carlista, y el motivo de que se defina como “Socialista”; aunque hoy, tras el Concilio Vaticano II el Partido se define como laico y rechaza confesionalismos caducos, lo cual no supone renuncia a sus raíces.
Para los carlistas la Patria no significa Nación (concepto político creado por el liberalismo y que proclama la existencia de una identidad superior a todas las demás, los cual lleva a nacionalismos excluyentes) sino que defiende una concepción federativa de esta, con un esquema pluralista de identidades que forman círculos concéntricos alrededor del individuo, y en los que ninguno prima. De esta forma el Carlismo se formula como tercera vía pluralista y federal entre los nacionalismos centralistas y uniformistas y los nacionalismos independentistas o separatistas, vía concretada en el termino “Las Españas”. Para el Carlismo la Patria no puede ser una idea abstracta tras la cual se pueden esconder los intereses del estado o de la oligarquía, como tantas veces ha ocurrido en la Historia, sino que se identifica intrahistóricamente con la comunidad, con el pueblo, de forma que el bien patrio es el bien común.
Los Fueros, resumían una visión global de cómo debía organizarse la sociedad y el estado, inspirándose en aquel idealizado sistema medieval, frente a la sociedad liberal capitalista.
Frente al estado centralista creado por el Liberalismo, se defendía el autogobierno de municipios, comarcas y regiones en un sistema federal o confederal.
Frente a un capitalismo, generador de injusticias y graves desigualdades sociales, se propugnaba un sistema cooperativista de inspiración gremial.
Frente al caciquismo, el fraude electoral, la partitocracia bipartidista y la farsa seudodemocrática del sistema, se proponía la participación activa del pueblo en la política a través de instituciones como el concejo abierto, la subordinación del Municipio a estos, de la Región a los Municipios, y así hasta llegar a la cúspide, junto con el mandato imperativo.
Frente a Estatismo liberal que no reconocía entidades intermedia entre el y las masas de individuos, se propugnaba una sociedad basada en el principio de subsidiaridad y organizada en los llamados “cuerpos intermedios entre individuo y estado”, dotados de infrasoberanía.
La referencia monárquica legitimista atacaba de pleno al sistema establecido en su símbolo más visible, al negar la legitimidad de la monarquía que lo presidía, y se proponía como alternativa una monarquía doblemente legitimada por la Historia y por el Pueblo, pues se asentaba en una concepción pactista del poder tomada del fuerismo tardomedieval, de forma que la monarquía carlista se presenta como verdaderamente democrática frente a la monarquía cortesana y burguesa vigente
Estos planteamientos no fueron suficientemente satisfactorios para una amplia parte de las bases populares, cuya realidad social cambiaba mucho más rápido que la ideología oficial del Carlismo, de forma que poco a poco este fue perdiendo seguidores a favor de los nacientes nacionalismos regionales y regionalismos, y movimientos obreros.
A la vez que esto ocurría, se producía dentro del Carlismo un replanteamiento respecto a la visión de la sociedad: los tiempos de la Revolución Liberal habían pasado definitivamente y el liberalismo triunfante había construido una nueva sociedad plenamente consolidada que se enfrentaba al recién aparecido obrerismo y los revolucionarios de ayer ahora eran contrarrevolucionarios. ¿En que tenia que cambiar el Carlismo si no quería desaparecer a causa de la rueda de la historia? Ante este dilema se produjo una nueva escisión en 1918, en la cual una buena parte de los cuadros dirigentes y de las clases medias que habían apoyado al carlismo, dirigidos por el intelectual Vázquez de Mella, rompieron con el Partido y se integraron en el sistema burgués, renovando el mensaje tradicionalista del carlismo en una clave totalmente conservadora (un catolicismo integrista, un nacionalismo español con algo de regionalismo tímido, un vago corporativismo y un fuerte autoritarismo).
Frente a esto otra parte de las clases medias y las clases populares (parte de ellas proletarizadas) que habían apoyado al carlismo, lideradas por el hijo de D. Carlos VII, D. Jaime III, continuaron el proceso de modernización del Partido Carlista (ahora denominado Partido Jaimista), actualizando sus doctrinas sociales y fueristas. En lo social partiendo de una interpretación radical de la Doctrina Social de la Iglesia, se proclamaron socialistas y propugnaron la municipalización de las tierras y el cooperativismo (en el que el trabajador es copropietario de su medio de trabajo) frente al capitalismo, sistema al que tachaban de “anticristiano” e “inmoral”.Y muchos carlistas participaron en la formación de numerosos sindicatos social-católicos en toda España. En lo foral, se siguió propugnando el Federalismo, llegando a defenderse incluso modelos confederales y se asumieron las nuevas reivindicaciones de las diferentes “regiones o nacionalidades” que componen España. Así los carlistas participamos en la preparación de los primeros Estatutos de Autonomía de la historia moderna de España.
Todo esto le valió a los militantes del Partido Jaimista ser tachados por la derecha conservadora de “bolcheviques blancos” o de atentar contra la “unidad constitucional de la nación española” y ser perseguidos duramente por la fuerzas gubernamentales, especialmente durante la etapa de la dictadura de Primo de Rivera.
Cuando se proclamo la II Republica, el Partido y D. Jaime la saludaron con la esperanza de que se iniciara las tan deseadas reforma agraria y democratización del país. Pero esta esperanza fue al poco tiempo defraudada cuando se comprobó que las fuerzas republicanas fabricaron su propio caciquismo, concentraron sus fuerzas en atacar a la iglesia católica y no se atrevieron a hacer una reforma agraria satisfactoria.
Poco después murió D. Jaime III, siendo sustituido como Abanderado Dinástico del Carlismo, por su tío D. Alfonso Carlos I, un anciano de ideas conservadoras, lo que junto con la quema de iglesias propicio la vuelta de los expulsados en 1888 y 1918 (que trajeron con ellos a muchos restos del liberalismo conservador alfonsino, aunque también hay que decir que por otro lado se incorporaron católicos sociales sinceros y alejados del conservadurismo) al partido en nombre de la común “defensa de la religión, de la monarquía y de la tradición”. Y el partido que paso a denominarse “Comunión Tradicionalista” (CT). En esta CT a pesar del descontento de gran parte de las masas carlistas (de las cuales una parte importante se pasaría a la izquierda (caso de muchos Círculos Carlistas de la ribera navarra que se integraron en la UGT) o a los nacionalismo regionales (por ejemplo la Unió Democrática de Catalunya surgió de una escisión del carlismo catalán)) las cuestiones fueristas y sociales fueron arrinconadas en un segundo plano a favor de “la defensa de la religión y del orden público” sirviendo de pretexto la persecución del catolicismo por parte de las fuerzas republicanas.
De este modo se fue perdiendo gran parte del desarrollo ideológico del “Jaimismo” siendo minimizadas dichas reivindicaciones federalistas y sociales a favor del acercamiento a las derechas con las que teórica y nominalmente se tenían ciertas coincidencias (defensa de la religión, monarquía, patriotismo,…) , aunque después se tuvieran concepciones bien diferentes de lo que debía ser la plasmación de esos ideales (siendo un ejemplo claro la patria: la derecha alfonsina defendía un nacionalismo español mientras los carlistas defendían una visión federativa y pluralista de España). Y por si esto no bastara a gran parte de la derecha instalada en la CT para que sentirse más cómoda pretendió sustituir el nombre “Carlista” de los círculos (que les producía rechazo por razones de tipo dinástico, pues habían entrado en la CT con la creencia de que D. Alfonso Carlos I nombraría como su sucesor a Alfonso XIII) por el termino “Tradicionalista” de más amplio significado y sin esas connotaciones dinásticas que tanto le molestaban.
El Gobierno de la II Republica ante las continuas oleadas de quemas de iglesias y conventos y la violencia política que hacia imposible la convivencia pacifica democrática no fue capaz o no quiso mantener el orden público, lo que propicio que el Requeté (milicia de la CT que agrupaba a más de 100 mil hombres) y un sector del Ejercito (liderado por Sanjurgo) se sublevaran para restablecer el orden necesario para la libertad de la iglesia y la convivencia política, siendo sus planes formar un Gobierno provisional que tuviera únicamente dicha meta y que cuando la cumpliese convocara elecciones libres.
Esta sublevación fracaso y degenero en una guerra civil. Y es a los pocos meses de esto cuando se produce una crisis tanto en la CT (defunción de D. Alfonso Carlos, ultimo “Rey Legitimo” descendiente de Carlos V, con lo cual queda vacante el Trono para los carlistas, instaurándose una Regencia en la persona de D. Javier de Borbón Parma, sobrino de D. Alfonso Carlos) como en el sector sublevado del Ejercito (fallecimiento de Sanjurgo, presidente de la Junta Militar y por-carlista) que produjo un vació de poder que fue aprovechado por parte de los militares así como por unas derechas que no habían tenido ninguna intervención en la sublevación, para instaurar al general Franco cono gobernante de la “España nacional”.
Franco prohibió todos los partidos en 1937, implantando una dictadura y creando un partido único (FET de las JONS), en el cual se integraron los tradicionalistas pro-alfonsinos, que serán inmediatamente expulsados de la CT por D. Javier de Borbón, el cual será expulsado de España mientras el Carlismo era perseguido y sus propiedades (locales, periódicos,…) confiscadas por el Gobierno franquista, al igual que ocurría con las organizaciones del bando llamado republicano.
Durante la década de 1940 el Carlismo se reorganizo parcialmente a duras penas, pues cualquier actividad carlista era duramente perseguida por el aparato represor franquista por “atentar contra el Decreto de Unificación”. Estos años serán de muy mínima actividad como de muy poco desarrollo ideológico, manteniéndose la CT en una línea bastante integrista, continuista de la de los años 30.
Sin embargo esto cambia en los años 50, cuando D. Javier de Borbón Parma asumió la realeza y su hijo D. Carlos Hugo se lanza a la reconstrucción del Carlismo aprovechando la aparente apertura y semi-tolerancia del régimen hacia la oposición no comunista. En este proceso de reorganización conectara con los sectores de base más militantes, que estaban harto de la hipocresía de las cada vez más desfasadas posturas del integrismo, que arrastraban al Carlismo a la extrema derecha e impedían la acción social, es decir lo convertían en un grupo nostálgico sin futuro político y servil de la derecha conservadores y del sistema capitalista. Frente a esta situación, estos militantes propugnaban ser consecuentes con la concepción carlista de la Tradición (“Progreso hereditario”) y beber en las fuentes fueristas y populares del Carlismo y en la experiencia de la etapa “jaimista” y así actualizar el proyecto Carlista y tener propuestas adecuadas para las nuevas realidades y problemas de la sociedad española.
Se inicia entonces un doble proceso de reconstrucción orgánica y desarrollo ideológico (fuertemente influenciado por la renovación y apertura a la izquierda del mundo católico tras el Concilio Vaticano II así como por las profundas trasformaciones socio-económicas y culturales de la sociedad española durante los años 50 y 60) del partido que traerá como consecuencias:
– La creación de una estructura organizativa implantada en toda España, dentro de la cual se llevaron a la practica las propuestas carlistas de federalismo, democracia participativa y mandato imperativo mediante la promoción de la formación cultural de los militantes y su activa participación en Asambleas de base (llamadas Asambleas Populares Carlistas) desde las cuales gracias a una estructura federal se determinaban las nuevas líneas del partido.
– Una lenta pero continua reflexión sobre el Carlismo y sus ideas y como adaptarlas a la nueva sociedad española, tan diferente de la que vio nacer al Carlismo.
– El termino “Comunión Tradicionalista” dejo de ser el nombre oficial del partido que volvió a denominarse “Partido Carlista” en lo que pretendía ser la puesta al día de las fuentes populares y fueristas del Carlismo y la ruptura con el conservadurismo integrista acomodado en el Carlismo tras la II Republica.
– Recuperación del termino “Socialista” para definir al carlismo, el cual paso a situarse en la “izquierda” en virtud de sus ideas socializantes, comunitaristas y radicalmente democráticas.
– Ruptura total con la derecha integrista, perdida de apoyos en sectores conservadores burgueses y deserción de una parte de los dirigentes, que había propugnado un acercamiento al régimen franquista durante 1955-1966 en lo que llamaron “política de intervención” y que tras abandonar el Partido reconocerán como Rey a Juan Carlos de Borbón y ocuparan puestos en la administración franquista.
– Una fuerte represión del carlismo por parte del franquismo temeroso de la evolución a la izquierda y de la fuerza que el PC estaba cogiendo, llegando a ser considerado uno de los dos grandes partidos de la oposición antifranquista (siendo el otro el PCE) y siendo el acto anual de Montejurra (donde llegaron a concentrarse más de 100 mil personas) unos de los actos más importantes de la oposición democrática.
– Adhesión al Carlismo de sectores regionalistas izquierdistas así como de “cristianos progresistas” nacidos al calor del Concilio Vaticano II.
– Participación carlista en el movimiento estudiantil antifranquista y en la recién nacidas Comisiones Obreras (a través de la AET y del MOT respectivamente).
– La evolución ideológica del Partido Carlista en virtud de su histórica defensa de la Subsidiaridad, del Cooperativismo y del Municipalismo le llevo a definir su proyecto societario como “Socialismo de Autogestión Global”.
En la década de 1970 el Partido participo en diversas plataformas que buscaban la unidad de la oposición democrática tanto a nivel regional (Asamblea de Cataluña, Consello de Forzas Políticas Galegas, Bloc Autonomic Valencia d’Esquerres) como estatal (Junta Democrática de España, ) así como los miembros del “Frente Obrero del PC” participaron activamente en Comisiones Obreras, Federación Obrera Socialista y Unión Sindical Obrera.
Durante la Transición de la dictadura franquista a una “democracia” neoliberal, el PC por ser consecuente con ideas mientras otros grupos de izquierda (PSOE, PSP, PCE,…) renunciaban al cambio social y a la “ruptura democrática”, adoptando posturas reformistas, favoreciendo la desmovilización de las masas populares y pactando con oligarquía hija del franquismo; así como por estar totalmente enfrentado a la Monarquía impuesta por Franco, fue marginado y tachado de peligro revolucionario. Así el PC sufrió la represión gubernamental y el terrorismo de los “incontrolados” de extrema derecha, el Gobierno recomendó a los medios de comunicación que se le cerraran las puertas y no le dejo participar en las primeras elecciones sin olvidar las campañas de confusión de los sectores franquista y liberal de la prensa que presentaron el “Socialismo carlista” como una ruptura con el carlismo histórico y una traición al “18 de Julio” y a la “Tradición” o la acción desorganizadora de infiltrados. Todo estos obstáculos junto con la dificultad que hoy genera participar en unas elecciones y mantener un estructura política en todo el estado, provoco la derrota del PC en las elecciones de 1979 (50 mil votos reconocidos por la Junta Electoral) y a pesar de lograr un centenar de concejales y representación parlamentaria a nivel autonómico, una crisis que casi supuso su disolución.
Sin embargo varios núcleos de militantes se mantuvieron firmes en su defensa del proyecto carlista, de forma que el Partido Carlista, el más antiguo del Estado español sigue hoy existiendo, iniciándose a inicios del nuevo siglo XXI una reconstrucción del Carlismo, tímida pero llena de esperanza en un momento en el que nuestras ideas son más necesarias que nunca en la sociedad española.