Carlismo siglo XIX

José-Angel Pérez-Nievas Abascal

Resulta difícil enfrentarse históricamente al carlismo, con un sano espíritu de saber o conocer la verdad de lo que fue un movimiento, para unos puramente reaccionario, para otros un verdadero movimiento popular, no siempre bien encauzado y muchas veces mal dirigido, que produjo   el pueblo, que lo había, sino iniciado, cuando menos sostenido y mantenido a lo largo de cuatro guerras, y largas y constantes luchas políticas  durante casi dos siglos.

No puede uno asomarse a la historia del carlismo, en general, a cualquier fenómeno histórico, con la perspectiva de las ideas de hoy, sino tratando de comprender la situación de los tiempos que se tratan de estudiar.

El carlismo, explota, por decirlo de alguna manera, en el año 1833, pero las cenizas de las que brotaron las llamas eran anteriores y coinciden con todo lo que supuso la Revolución Francesa y las convulsiones que trajo consigo. No fue, como algunos piensan la ejecución del Rey y la Reina de Francia, lo que produjo una gran conmoción pues más de un siglo antes, en Inglaterra, Cromwell había decapitado al Rey Carlos, y no se produjo por ese hecho, ninguna gran convulsión. Concretamente, hace poco se ha conmemorado, con una especial exposición pictórica en que se han expuesto obras que pertenecieron a ese rey decapitado y que Cromwell vendió en subasta, de la que se aprovecharon otros monarcas entre ellos Felipe IV de Castilla, y algunas de las cuales se conservan en el Museo del Prado. Algo parecido no  puede imaginarse en los tiempos de la revolución francesa.

La noticia que al pueblo llegó, pensemos en este lado de los Pirineos, fue la de los reyes, guillotinados, para ellos entonces poco menos que personas sagradas, pues estaban firmemente convencidos de que autoridad o soberanía recaía en ellos recibida directamente de Dios. Igualmente conocieron la persecución religiosa, vivida muy directamente, pues fueron muchos los clérigos que huyendo de ella se refugiaron a este lado de la frontera. Todo esto en un pueblo sencillo, con unas creencias religiosas poco razonadas pero muy firmemente sentidas, produjo un efecto terrible agravado posteriormente con la invasión napoleónica que al grito de la libertad cometieron barbaridades de todo tipo. Todavía hoy a la entrada de Pamplona viniendo de la Ribera, a mano derecha en un pequeño montículo existe una lápida sobre, la que han pasado casi dos siglos, en recuerdo y homenaje a los alcaldes arcabuceados por los franceses.

Cuando tras la batalla de Vitoria los franceses abandonan definitivamente estas tierras, nuestros antepasados se encontraron con una Constitución, vulgarmente conocida por La Pepa, por haberse aprobado el día de San José del año 1812,  cuando aquí estaba todavía bien aposentado el ejército francés y sin poder funcionar nuestras viejas instituciones ni haberse podido enviar representantes en debida forma para colaborar en su redacción. Dicha Constitución que fue un adelanto en su tiempo en cuanto a  derechos individuales, aun cuando no tanto como se ha dicho, idealizándola, rompió o acabó con los derechos colectivos, respetados durante siglos. Por ejemplo, si nos referimos a Navarra, en el tiempo que media entre la salida de los franceses en 1813 y la muerte de Fernando VII de Castilla y III de Navarra en 1.833, mientras rigió la Constitución de 1.812, perdió su condición de Reino y se convirtió en Provincia, categoría que la misma le daba, y no hubo Cortes por tanto. Cuando dejó de regir la Constitución, en 1.814, volvió Navarra a ser Reino y se celebraron Cortes en 1.817 y 1.818. Se restablece la Constitución en 1.820 vuelve Navarra a convertirse en Provincia y dejan de funcionar las instituciones propias del Reino que se restablecen en 1.823 al abolirse la Constitución y volver a gozar de la condición de Reino y se celebraron   Cortes en 1.828 y 1.829 últimas del Reino de Navarra.

En esta situación de tira y afloja se fue dividiendo la clase política en torno a la Constitución de 1.812 y sus principios centralistas heredados de la revolución francesa, y en contra de ella, los que estaban por el respeto   de los viejos Fueros y costumbres. Los primeros se aglutinaron en derredor de la última mujer del Rey Fernando, Dª Cristina de Borbón y madre de las dos hijas del matrimonio, única descendencia del Rey. Como alardeaban de defender la libertad y la igualdad, resabios de la revolución francesa, de ahí su centralismo, se autoproclamaron como “liberales”, con una libertad muy especial y así se decía de uno de ellos que “ la libertad de pensamiento proclamo en alta voz, y muera todo el que no piense, igual que pienso yo”. Frente a ellos, los que querían el respeto a los viejos Fueros y libertades, se concentraron en torno al hermano del Rey, el Infante D. Carlos, y su sucesor a falta de descendiente varón, según las leyes de Castilla. Se les conocía por ello como “carlistas”. Para evitar que el Infante D. Carlos sucediera en el trono modificaron, los “liberales”, que se movían en torno  de Dª Cristina, las leyes sucesorias de Castilla establecidas por los Borbones excluyendo de la corona a las mujeres, para que al amparo del reinado de su hija, pudieran establecer los principios que preconizaban. Por el contrario los “carlistas” agrupados en torno al Infante D. Carlos, se opusieron a esa modificación, porque esperaban, si reinaba, mantener los viejos Fueros y libertades. De ahí que se haya dicho que fue una confrontación entre los partidarios de una reina y los partidarios de un rey, y es verdad aparente, pues lo que se ventilaba eran dos maneras distintas de entender cuestiones políticas de mucho fondo.

No podemos caer, como hacen muchos, en la consideración de que el pueblo, entonces, tenía pocas libertades que defender, mirándolo con ojos de hoy, porque esas pocas eran las que conocían y a las que se aferraban y no querían perder, y que eran  en muchos aspectos superiores a las de su entorno. No nos olvidemos que en sus comienzos la institución de la monarquía respondió a la necesidad de protección frente a los poderosos de turno.

A la muerte del rey, se produce el enfrentamiento entre los dos grupos, que ya venía preparándose de atrás. Por ejemplo a Zumalacárregui se le había quitado todo mando militar y estaba residenciado en Pamplona, precisamente por sus conocidas ideas carlistas, pues el grupo liberal, se había ido haciendo dueño de todos los resortes del poder. Esta división de opiniones, había alcanzado también a las familias, y ya que hemos hablado de Zumalacárregui, símbolo, para muchos, del carlismo, tuvo un hermano Miguel de Zumalacárregui destacada personalidad en el campo liberal, que llegó a ser Ministro de Justicia, del que se valieron, inútilmente, para tratar de convencer a su hermano de que dejase las armas a cambio de determinados beneficios para él y los que le acompañaban. Igualmente la familia O`donell tuvo militares destacados en los dos campos.

Frente a lo que se piensa, el primer grito a favor del Infante D. Carlos, como Carlos V, se dio en Talavera y el pronunciamiento estaba encabezado por D. Manuel González, Administrador de Correos que, juntamente con dos hijos y algunos otros compañeros,   fueron fusilados. A continuación el General D. Santos Ladrón, natural de Lumbier, en Navarra, que había levantado un pequeño ejército por D. Carlos, fue derrotado en Los Arcos y fusilado en los fosos de la Ciudadela de Pamplona.

Los inicios de una contienda, en defensa de unos principios, empezados con fusilamientos,  fueron el preludio de una lucha llevada con una enorme violencia en su comienzos, atemperada algo con posterioridad. Como muestra, el fusilamiento de la madre del carlista Cabrera en Tortosa, en represalia por no entregarse su hijo, y llevado a cabo con la autorización del General liberal Espoz y Mina, reiteradamente derrotado por Zumalacárregui ,  y autor como represalia, del incendio de Lecaroz y del asesinato de los hombres que consiguió apresar en el pueblo, sin consideración a su edad. Por cierto, que está enterrado en los claustros de la Catedral de Pamplona…

Del contenido auténtico de la lucha son una muestra los distintos manifiestos o alocuciones de Zumalacárregui. Siempre se refiere a los voluntarios y es una constante excitación a la defensa de la propia tierra. Ya cuando en Estella, se le nombra por todos los jefes carlistas reunidos General en Jefe, dan como  razones en el acta que levantan al efecto, la de su reconocido mérito militar, y su no menos reconocida adhesión a los Fueros y leyes del Reino de Navarra. Siempre es cuidadoso al hablar de D. Carlos, como V de Castilla y VIII de Navarra. Fue un movimiento básicamente popular y profundamente aferrado a la propia tierra.

Cuando se comienza a socavar al ejército carlista, mediante la campaña del escribano de Berástegui, José Antonio Muñagorri, todavía no suficientemente aclarado quien manejó aquellos hilos, lo fue al grito de PAZ y FUEROS. Logró convencer a algunos, pues se respetaba,  decía, aquello por lo que en realidad se había luchado, pero no a todos, de ahí que Maroto fusilara en el Puy de Estella a los generales Guergué, Sanz, García, al brigadier Carmona y al intendente Uriz, que le estorbaban para lo que maquinaba,  el llamado abrazo de Vergara con Espartero con la promesa, luego no cumplida del respeto íntegro de los Fueros.

Tras la terminación de la guerra, por lo menos por nuestra tierra, en el Maestrazgo Cabrera aguantó unos meses más, muchos no aceptaron el Convenio de Vergara y se exiliaron. En aquellos años se llegaron a encontrar en el sur de Francia más de diez mil exiliados carlistas, entre los que se encontraba José María de Iparraguirre. Esa avalancha de exiliados se fue repartiendo y muchos fueron a Sudamérica y son los creadores de las primeras Euskal Etxea.

Todavía hay dos intentos carlistas, la conocida como “ guerra de los matiners” que se desenvolvió fundamentalmente en Cataluña, y unos años más tarde el “levantamiento de San Carlos de la Rápita”, encabezado por el hijo de D. Carlos, del mismo nombre y conocido como Carlos VI de Castilla y IX de Navarra. Se abortó enseguida y se fusiló al general Ortega que lo encabezaba,  con mucho miedo de todos los comprometidos y que no hicieron honor a su compromiso, de que facilitara sus nombres, pero murió sin mencionar a nadie.

En 1868, se destrona a Isabel II y el carlismo pasa unos momentos de desorientación, pues el hijo de D. Carlos del mismo nombre, el de San Carlos de la Rápita, ha fallecido y también su hermano Fernando, ambos sin hijos pero con un hermano Juan, que no merece la confianza de los carlistas,  por algunas de sus manifestaciones y actuaciones , por lo que depositan sus esperanzas en el mayor de sus hijos, para que los acaudille. Fue el conocido como Carlos VII de Castilla y X de Navarra, el de la barba florida de que hablaba Valle Inclán.

En aquellos años, los que van desde 1868 en adelante, empieza a iniciarse lo que modernamente se ha conocido como publicidad, de una forma muy rudimentaria, si se quiere, pero existió. Fue entonces cuando los militares que destronaron a Isabel II, no pensaron u optaron por la República, sino por una monarquía distinta, y se plantearon encontrar una nueva persona que la encarnara ( no hay nada nuevo bajo el sol) . Se barajaron distintos nombres que se fueron descartando ( estos pretendientes dieron lugar o fueron la excusa para la guerra franco prusiana, que acabó con Napoleón III y generó el  Imperio alemán) y entre ellos el de D. Carlos que encontraba partidarios, pero también  fuertes oponentes, con artículos en la prensa de la época, terribles, que lo motejaban y calificaban como “ el niño bonito”. La oposición a su candidatura la argumentaban, en la seguridad de que iba a suponer la restauración de los viejos Fueros y leyes, que propugnaban sus partidarios.

Elegido como Rey D. Amadeo de Saboya, al margen de los militares que lo habían traído, no fue bien recibido. Frente a esa imposición se levantó el carlismo, apoyado por otras fuerzas no precisamente carlistas. Tras la abdicación de Amadeo de Saboya se proclama la primera república, que se enfrenta al carlismo que ha establecido una organización del Estado, con sus distintos Ministerios y servicios como Aduanas, Correos, con sellos carlistas, Justicia, llegó a publicarse un Código Penal. que se estudia por los tratadistas de esa materia, Hacienda, con acuñación de moneda etc. A esa organización administrativa correspondieron importantes triunfos militares en Montejurra y Abárzuza. En 1874, otra vez los militares, proclaman rey al hijo de Isabel II, Alfonso, conocido como Alfonso XII, y se produce una desbandada general de todos aquellos que se habían adherido al carlismo frente al desorden generalizado desde el destronamiento militar de Isabel II, por puro oportunismo. A pesar de ello, todavía se obtuvo alguna victoria importante, como la de Lácar, pero resultó insuficiente frente al desánimo que empezó a cundir entre muchos dirigentes carlistas. Parece que incluso mediaron ofrecimientos económicos a muchos de ellos, a lo que hacía referencia el escritor José de Arteche en un artículo publicado en la Revista Bidasoa, allá por los años de 1950.

D.Carlos pasó la frontera por Valcarlos con la famosa frase “VOLVERE”. El pueblo carlista después de los esfuerzos desplegados quedó con la sensación de haber sido traicionado. Esa derrota supuso la pérdida de los Fueros de quienes los habían conservado en 1.839, y tal vez por ello el nacimiento de los nacionalismos con enfrentamientos fuertes con el carlismo o quizás mejor, con una forma de entender el carlismo,  porque no hay peor cuña que la de la misma manera. En el carlismo se produjeron escisiones importantes, como el nocedalismo e integrismo, por considerarlo demasiado abierto y por tanto liberal, aun cuando contradicciones de la vida estuvo encabezado por un liberal pasado al carlismo.

Como anécdotas de estas fechas, el levantamiento del Sargento del ejército en el Fuerte Infanta Isabel, de Puente la Reina, López Zabalegui, al grito de “VIVAN LOS FUEROS” que cercado por la Guardia civil, tras una larga odisea logró pasar a Francia donde malvivía. Cuando los hermanos Arana Goiri convocaron a sus amigos, entre los que había excombatientes carlistas, al caserío Larrazabal para leerles su manifiesto y hacerles partícipes de sus proyectos, hubo un momento en que se crisparon los ánimos de algunos de los asistentes y para apaciguarlos alguien propuso una cuestación  para recoger donativos de ayuda al sargento López Zabalegui.

A muchos se les plantearon graves problemas de conciencia entre carlismo y nacionalismo, y como ejemplo podemos señalar a D. Daniel de Irujo,  que según sus propias palabras pasó de ser carlonacionalista, tras un enfrentamiento con concejales carlistas del Ayuntamiento de Estella,  por la plantación o no de un retoño del árbol de Guernica, incomprensible visto hoy, a  solo nacionalista.

 Terminamos esta visión del carlismo a lo largo del siglo XIX señalando que se fue incorporando a la vida parlamentaria, poco a poco, siempre mal visto, y con continuos cierres de Círculos, incluso por la autoridad militar, acoso que se fue acentuando a medida que la guerra en las últimas colonias hacía temer que se aprovechara la ocasión en la península, cosa que no estuvo en el ánimo ni en la intención del carlismo.

 José-Angel Pérez-Nievas Abascal