El carlismo y la AET pamplonesa en los años 1930

Artículo de Javier Cubero publicado en El Federal, nº 41, Secretaría Federal de Medios de Comunicación del Partido Carlista, Marzo de 2012, pp. 12-13.

Aunque los orleanistas y los legitimistas, aunque cada fracción se esforzase por convencerse a sí misma y por convencer a la otra de que lo que las separaba era la lealtad a sus dos dinastías, los hechos demostraron más tarde que eran más bien sus intereses divididos lo que impedía que las dos dinastías se uniesen (…) Los diplomáticos del Partido del Orden creían poder dirimir la lucha amalgamando ambas dinastías, mediante una llamada fusión de los partidos realistas y de sus casas reinantes (…) ¡Como si la Monarquía legítima pudiera convertirse nunca en la Monarquía del burgués industrial! (…) ¡Como si la industria pudiese avenirse nunca con la propiedad territorial mientras ésta no se decida a hacerse industrial! Aunque Enrique V muriese mañana, el conde de París no se convertiría en rey de los legitimistas a menos que dejase de serlo de los orleanistas (…) Cada una de las dos grandes fracciones se descompuso, a su vez, de nuevo. Era como si volviesen a derretirse todos los viejos matices que antiguamente se habían combatido y acuciado dentro de cada uno de los dos círculos: el legitimista y el orleanista, como ocurre con los infusorios secos al contacto del agua, como si hubiesen resucitado de nuevo para formar grupos propios y antagonismos independientes (…) Los legitimistas de provincias, con su horizonte limitado y su ilimitado entusiasmo, acusaban a sus caudillos parlamentarios Berryer y Falloux de deserción al campo bonapartista y de traición contra Enrique V.

Karl Marx, El dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte, 1852.

Como es bien sabido en 1931 se produjo la transformación del Partido Carlista en Comunión Tradicionalista (CT) con la integración de los mellistas, de los integristas y de algunos sectores conservadores. Y con motivo de la previsible extinción de la línea dinástica de Carlos V se estaba fraguando una propuesta de fusión entre los carlistas/tradicionalistas y los alfonsinos con el objetivo de configurar un único partido monárquico español. El proyecto, que guardaba un importante paralelismo con la experiencia portuguesa[1],  tendrá como principal órgano de elaboración doctrinal a la revista Acción Española. Sin embargo este planteamiento de unidad monárquica va ser la causa de la principal línea de fractura dentro de la CT durante los años de la II Republica provocando la reestructuración de fracciones, antagonismos y alianzas internas.

Así con la llegada del conde de Rodezno a la presidencia de la Junta Suprema de la CT en mayo de 1932 va ser fuertemente impulsada una política de entendimientos tácticos con los alfonsinos con la finalidad de ir preparando el escenario oportuno para la unificación monárquica. Y aunque Rodezno y sus colaboradores logren que los dirigentes contrarios a tal operación política vayan siendo progresivamente marginados, en cambio no van a poder impedir que emerjan diferentes focos de disidencia.

El proyecto político filoalfonsino implicaba una moderación en la tradicional línea anticentralista del carlismo, lo que va suponer un cada vez mayor distanciamiento respecto al PNV así como la depuración de los sectores más radicalmente comprometidos con aquella línea[2]. De hecho Rodezno llegó a escribir en una carta que «A los nacionalistas o los anulamos ahora o nunca (…) Y no son ganas las que yo tengo después de lo que he venido tragando en mi partido durante estos años»[3]. En Cataluña el sector más catalanista  y progresista acabará separándose para fundar su propio partido, la actual Unió Democràtica de Catalunya (UDC), mientras que en Navarra[4] ya se había producido la expulsión de militantes tan significativos como Miguel Esparza (director de El Pensamiento Navarro), Carlos Alzu (dirigente de las Juventudes Jaimistas) o Teodoro Leránoz (presidente de la Sociedad Tradicionalista), quienes formaron una plataforma política al margen de la CT, Acción Jaimista, desde la cual colaborarían electoralmente con el PNV.

A nivel estatal buena parte de la oposición interna a Rodezno se agruparía alrededor del periódico El Cruzado Español, creándose una corriente organizada que se denominó Núcleo de la Lealtad. Esta tendencia va a ser profundamente hostil a los planes de la dirección de la CT recordando constantemente que carlistas y alfonsinos estaban irremediablemente separados por «ríos de sangre y mares de lagrimas… un abismo de doctrinas, de soluciones y de anhelos»[5] (ECE, 16/02/1932). Y esta posición como bien indicó el historiador británico Blinkhorn se correspondía además con el sentir general de la mayor parte de los militantes de base.

En Navarra, el feudo político de Rodezno, la política filoalfonsina y electoralista de la dirección tras la anulación de las Juventudes Jaimistas encontrará un escollo inesperado en la Agrupación de Estudiantes Tradicionalistas (AET) de Pamplona. Los aetistas, proponiéndose renovar el dormido carlismo navarro desde una perspectiva militantista que hacia gala de radicalidad frente a las maneras de hacer política de los viejos dirigentes, configuraron un colectivo juvenil díscolo que demostró ser capaz de generar nuevas dinámicas políticas al margen de una Junta Regional anquilosada. Aunque no fueron ajenos a los nuevos valores estéticos europeos no se sintieron atraídos por los movimientos de derecha radical sino que se veían a si mismos como una nueva generación del legitimismo europeo. La AET además tuvo una significativa faceta cultural. De hecho se escribieron diversas obras de teatro (LealtadCruzadosAl borde de la traición, etc.) que ambientadas en las pasadas guerras carlistas fueron presentadas con gran éxito en diversas locales de Navarra. Una entidad bastante afín a la AET era el Muthiko Alaiak, grupo de espata-dantza (tradicional danza vasca con espadas) del cual surgiría la famosa Peña de los Sanfermines.

Los jóvenes de la AET observaban que la vida de los Círculos carlistas se limitaba a «cuatro viejos y algunos curas jugando al chamelo, al tute o al tresillo»[6] mientras que en la sociedad navarra pervivía a duras penas un difuso sentimiento carlista que iba poco más allá  de tener un retrato de Carlos VII o de Jaime III en casa. El objetivo que se propusieron los aetistas fue sobre todo el introducir ilusión y vitalidad en ese ambiente. Ante la hostilidad de la burocracia política de la CT los dos dirigentes de la AET, Jaime del Burgo y Mario Ozcoidi, entre octubre y noviembre de 1932 procedieron a marginar a Antonio Huarte, Assas y Usaechi entre otros como primer paso para la cristalización de esta organización sectorial como un grupo compacto con voluntad de constituir una especie de contrapoder dentro del carlismo navarro frente a la Junta Regional. A pesar de la desconfianza de la Junta Regional se logró publicar una revista llamada a.e.t. desde la cual se atacaría al conservadurismo y al capitalismo salvaje en unos términos que provocaron la indignación de importantes cuadros directivos de la CT Navarra. De hecho para sacar adelante esta publicación los jóvenes de la AET se vieron obligados a instalarse en el antiguo local del partido integrista pues se les prohibió instalarse en el Circulo de la Plaza del Castillo, que era la sede principal de la CT en Pamplona. El primer número apareció el 26 de enero de 1934 y en él se indicaba sí «¿Es que vamos a ser siempre unos empedernidos jugadores de tresillo, asiduos concurrentes de café? No, no y no. Somos jóvenes carlistas, y nuestra juventud comprende que eso no es Carlismo. Carlismo es actividad, es movimiento, es organización, es lucha constante, es sacrificio y es hermandad»[7]. Y mientras las Juventudes de la CT, dirigidas por Francisco Jiménez, se convertían en un grupo residual la AET en competencia con ellas no dejaba de crecer, organizando todo tipo de actividades políticas, culturales y excursionistas.

Considerando que las esencias del carlismo eran sacrificadas por la dirección en su política cotidiana, la AET reivindicó para sí misma el papel de conciencia moral de la Tradición. En ese sentido sus militantes, depositarios de la memoria oral de sus abuelos, se proclamaban representantes genuinos del «verdadero carlismo» mientras calificaban como conservador y mortecino al aparato político de Rodezno. Igualmente también criticaban ácidamente a la TYRE, a la CEDA y al integrismo. Por ejemplo en un mitin celebrado en Lumbier, Jaime del Burgo llegaría a afirmar incluso que «No debemos consentir que mientras nosotros defendemos al Cristo, otros cuelguen de él sus zacutos y así nosotros, por defender al Cristo, acabamos defendiendo sus zacutos»[8]. En el plano socio-económico los aetistas eran favorables a las ideas de John Farell sobre reforma agraria así como a la limitación de las fortunas particulares o a la intervención de los poderes públicos en la economía en beneficio del bien común. Y en coherencia con esos planteamientos mantuvieron relaciones con el sindicalismo profesional de carácter social-católico. En sus momentos de mayor radicalidad e independencia la AET llegaría a convocar a los obreros, los campesinos y los estudiantes a defender los principios tradicionalistas al mismo tiempo que a realizar la revolución social carlista: «…la Revolución que pisoteará las engañosas doctrinas de redención obrera, pero que no por eso dejará incólumes los reductos del capitalismo explotador y vil… Subiremos a los palacios de los poderosos, de estos que cuando oyen los bramidos de la tempestad quieren por medio de gritos atraerse a los que no comen; de estos que abofetean el rostro de los trabajadores con enorme despilfarro de sus orgías; con el lujo afrentoso de sus mancebas; de esos que ostentan sus lebreles en soberbios automóviles que levantan al pasar, un bosque de puños crispados de trabajadores hambrientos, engañados sí, por los líderes socialistas, pero que ven en la fugaz carrera de uno de sus coches, lo que ellos precisan para alimentar a sus hijos tuberculosos y hambrientos… Y para esto los requetés carlistas tenemos que ir a los campos, a las fábricas, tenemos que ir a las llanuras y a las montañas, donde quiera que haya un campesino, un proletario, un obrero, a convencerle de la verdad de nuestras doctrinas regeneradoras… Y entonces veremos cómo el pueblo desprecia a los que a su costa acumularon riquezas y le tiranizaron» (a.e.t, 25 de mayo de 1934). Intervenciones como éstas en mítines o en a.e.t. provocarían continuamente el escándalo dentro de la CT de tal forma que un pulso con la Junta Regional estuvo a punto de suponer su expulsión del partido en mayo de 1934. Entonces se visibilizó claramente el conflicto en toda su profundidad contando los aetistas con la solidaridad del Núcleo de la Lealtad. Ante las pretensiones de tutela y censura la AET no solamente se negó a rectificar sino que exigió un representante propio en la Junta Regional. El resultado final sería el cierre de a.e.t..

Los aetistas en lo que se refiere al debate político-territorial eran profundamente navarristas y foralistas, y aunque a diferencia de las desaparecidas Juventudes Jaimistas no simpatizaban con el nacionalismo vasco tampoco renunciaban a la identidad vasca de Navarra. En esa dirección hay que destacar que desconfiaban de la deriva españolista del intelectual filoalfonsino Víctor Pradera y de sus ataques furibundos al PNV. Así Del Burgo en una carta de octubre de 1932 comentaba precisamente en relación a Pradera que «¿no será ese exceso de antinacionalismo… producto de algo… demasiado centralista?… Aquello de Por Navarra, para España se me hace un poco sospechoso»[9].

En el ámbito estatal la política de aproximación a la derecha alfonsina alcanzaría su cenit con la creación en marzo de 1933 de la TYRE (Tradicionalistas y Renovación Española), una oficina de colaboración electoral y parlamentaria entre la CT y el partido alfonsino Renovación Española. Sin embargo después de las elecciones generales de 1833 cuadros filoalfonsinos como Joaquín Bau o Víctor Pradera empezaran a perder posiciones frente a la figura emergente del joven integrista Manuel Fal Conde, artífice del milagro de convertir a la CT en un partido de masas en parte de Andalucía. Los integristas, que no habían visto con muy buenos ojos las propuestas de convergencia monárquica en el momento en que observaron que los minoritarios alfonsinos constituían la fuerza hegemónica de la TYRE, optaron en estos momentos por rentabilizar exitosamente el malestar de las bases carlistas. Y en una línea muy similar los jóvenes carlistas integrados en la AET practicaban una política de abierta confrontación con Renovación Española, a la que definían como un «refugio de caciques y escombros de la monarquía alfonsina»[10]. Esta efervescencia antialfonsina favoreció entonces un golpe de timón con la sustitución de la Junta Suprema por una Secretaria General para la cual fue designado Fal Conde con gran alborozo de los militantes aetistas. Incluso el titular dinástico, Alfonso Carlos I, emitiría un duro comunicado contra «toda unión oficial con Renovación». Se producirá así como consecuencia la disolución de TYRE. Y en lo que se refiere a la espinosa cuestión de la sucesión de Alfonso Carlos I finalmente naufragaba el proyecto de la reconciliación dinástica mientras iba adquiriendo fuerza la idea de una Regencia en la persona del príncipe Javier de Borbón Parma.

Sin embargo la realidad interna de la Comunión Tradicionalista era cada vez más la de una amalgama de grupos y subgrupos enfrentados entre sí que no tendrían a la hora de la verdad más elemento unitario que el común reconocimiento de Alfonso Carlos como rey legitimo de la Españas. La descomposición del partido llegaría a tal nivel de gravedad que el Núcleo de la Lealtad, que estaba profundamente enfrentado tanto a los filoalfonsinos como al integrismo falcondista, celebró un congreso carlista en Zaragoza en 1935 al margen de la disciplina de la CT. El clima de escisión que se atravesaba en esos momentos era tan intenso que así por ejemplo en Ourense se promovió un Círculo Carlista Obrero para agrupar a quienes «además de profesar los ideales católico-monárquicos» poseyeran «un espíritu decididamente antialfonsino y antifacista»[11].

Y una vez iniciada la Guerra Civil, en julio de 1936, sobre la base de la AET pamplonesa se constituirá el Tercio de Pamplona (posteriormente denominado Tercio del Rey), unidad de elite del Requete que en medio de las luchas de poder dentro del bando sublevado no tardaría en ser desestructurada y fragmentada por los militares. Los estudiantes aetistas habían sido favorables a la lucha armada contra la II República pero nunca pensaron en un golpe de estado en colaboración con el Ejército español sino que aspiraban a repetir un alzamiento popular como aquellos del siglo XIX que inspiraban sus obras de teatro, pero la realidad política del siglo XX pronto se impondría con toda la dureza del fascismo sobre sus aspiraciones legitimistas.


[1] Como consecuencia de la proclamación y consolidación de la República en Portugal a partir del año 1910, así como de la ausencia de herederos por parte de la rama liberal de la Familia Real portuguesa, se inicio un acercamiento con el sector miguelista para lograr la reconciliación dinástica como un primer paso hacia la restauración monárquica. Así el 17 de abril de 1922 se firmó el Pacto de París, en el cual se reconocía a Manuel II como único rey de Portugal mientras que el príncipe miguelista Duarte Nuño era reconocido como jefe de la Casa de Braganza Sajonia-Coburgo y heredero de la Corona. Finalmente en 1932 a la muerte de Manuel II se logró la unificación de los dos movimientos monárquicos lusos alrededor de Duarte Nuño.

[2] Que precisamente eran los que más se habían distinguido en la lucha por las libertades democráticas en contra de la dictadura del general alfosino Primo de Rivera.

[3] AOIZ, Floren, El jarrón roto. La Transición en Navarra: una cuestión de Estado, Txalaparta, Tafalla, 2005, p. 31.

[4] LÓPEZ ANTÓN, José Javier, Escritores carlistas en la cultura vasca, Pamiela, Pamplona, 1999, p. 349.

[5] PECHARROMÁN, Julio Gil, Conservadores subversivos. La derecha autoritaria alfonsina (1931-1936), Eudema, Madrid, 1994, p. 130.

[6] UGARTE TELLERÍA, Javier, La nueva Covadonga insurgente. Orígenes sociales y culturales de la sublevación de 1936 en Navarra y el País Vasco., Biblioteca Nueva, Madrid, 1998, p. 280.

[7] UGARTE TELLERÍA, Javier, La nueva Covadonga insurgente…, ob. cit., p. 280.

[8] DEL BURGO, Jaime Ignacio, «Un hombre sabio», en VV. AA., Jaime del Burgo. Una vida al servicio de la cultura, Fundación Ignacio Larramendi y Sociedad de Estudios Navarros, Madrid, 2003, p.18.

[9] UGARTE TELLERÍA, Javier, La nueva Covadonga insurgente…, ob. cit., p. 288.

[10] PECHARROMÁN, Julio Gil, Conservadores subversivos…, ob. cit., p. 179.

[11] PRADA RODRÍGUEZ, Julio, «El Fénix que siempre renace. El carlismo ourensano (1894-1936)», en Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Historia Contemporánea, t. 17, UNED, 2005, p.134.

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