Artículo de Javier Cubero publicado en El Federal, nº 57, Secretaría Federal de Medios de Comunicación del Partido Carlista, Marzo de 2016, p. 4.
El periódico más longevo del Partido Carlista a lo largo del tiempo fue sin duda el diario El Pensamiento Navarro, que durante muchos años funcionó como portavoz de la Junta Regional de Navarra, por lo que constituye una fuente imprescindible para conocer la evolución histórica del carlismo. Inició su impresión el 17 de octubre de 1897, y desde el primer número manifestó su adhesión a la Causa legitimista, definiéndose sus redactores como:
«Defensores del sacrosanto lema de Dios, Fueros, Patria y Rey; no solamente sostendremos con tesón las doctrinas que en esas palabras se encierran, sino que combatiremos a todo aquello que no sea perfectamente ortodoxo en materia religiosa, monárquico-tradicional, en política y foral, en todo régimen de gobierno».
Por entonces acababa de aprobarse el Acta de Loredan, que consolidaba el tradicionalismo corporativo como línea ideológica del Partido, estableciendo la religión católica, la monarquía legítima y las libertades forales como los tres componentes constituyentes de la llamada «constitución histórica» de España.
Una de las características de El Pensamiento Navarro desde sus primeros momentos fue la reivindicación del euskera y de la cultura vasca como elementos centrales de la identidad de Navarra como comunidad histórica. Por ejemplo, el 4 de septiembre de 1901, afirmaba contundentemente que: «Del centro vienen las ideas y propagandas que socavan nuestra religión y finalmente quieren arrebatarnos lo que después de ella más debe amar el hombre: la lengua de su raza»[1]. Este planteamiento vasquista le llevaría a constantes querellas con los periódicos liberales, especialmente con el alfonsino Diario de Navarra, con el cual siempre mantuvo una conflictiva relación.
Su primer director, Eustaquio Echave-Sustaeta, destacó por teorizar la dimensión foralista de la doctrina carlista en innumerables artículos con motivo de las polémicas periodísticas que mantuvo tanto con los autoproclamados «fueristas liberales» como con los nacionalistas vascos. Desde esas dos corrientes se acusaba al Partido Carlista de simple oportunismo en su defensa de los Fueros, con el objetivo de intentar disputarle su base social. Echave-Sustaeta respondía a estas acusaciones argumentando que únicamente los carlistas eran fieles a la tradición foral del País, ya que el nacionalismo vasco era secesionista mientras que el «fuerismo liberal» aceptaba sumisamente el marco institucional de la mal llamada «Ley Paccionada de 1841», mediante la cual Navarra había dejado de constituir un Reino singular con Cortes propias para ser transformada en una provincia subordinada al Poder Central. Entre estas dos vías, la ruptura secesionista y la simple descentralización, Echave-Sustaeta señalaba que la alternativa carlista era la plena reintegración foral de Navarra como Estado en el marco de una Monarquía Federal. Así, en su obra El Partido Carlista y los Fueros, publicada en 1915, sostendría que:
«Los Fueros, en el sentido legítimo de la palabra son la tradición misma, como lo es nuestra Bandera; por eso escribimos en ella al lado de las palabras Dios, Patria, Rey, la de Fueros (…) Una ley del año 39 y otra ley del año 41, ambas con evidentes vicios de nulidad ante nuestra propia legislación, que nadie había derogado ni nadie más que el Reino mismo en pacto con el Rey podía derogar ó variar, fijaron su suerte, la infausta suerte de este altivo y noble suelo, que se vió entregado en trance tan crítico á unos pocos, muy pocos mandarines liberales, que supieron conceder sin conciencia ni patriotismo, cuanto en Madrid se les exigía, pero no supieron refrenar sus ambiciones, ni siquiera con la prudencia de ocultar al pueblo mismo á quien acababa de vender, las pingües recompensas obtenidas en tal empresa. Hízose empero la ley ó el pacto del 41: Navarra no concurrió á él (…) Consumada en 1841 la obra antiforal, pues la ley llamada de modificación es el verdadero epitafio de los Fueros escrito por los mismos que los sacrificaron á su sed de constitucionalismo, quedó reducida á la condición del vencido».[2]
Igualmente Echave-Sustaeta era un entusiasta defensor de la fraternidad entre las cuatro provincias «hermanas» de lo que solía denominar como el «País Vasco-Navarro», de acuerdo con la tradición carlista del «Laurak Bat». De hecho en su libro llegaba a matizar un manifiesto de Carlos VII indicando que:
«Claro está que lo que en él se dice Vascongadas debe entenderse de Navarra también, pues en un documento conjunto y hecho en París y lejos de España, no había que hacer distinciones innecesarias. Cuando lejos de la Patria se habla de las Provincias Vascongadas se incluye siempre a la región vasco-navarra».[3]
En 1917 Echave-Sustaeta abandonó la dirección del periódico y se trasladó a Estella. El nuevo director sería un joven prometedor, Jesús Etayo Zalduendo, que en 1915 con veintiún años ya desempeñaba el cargo de bibliotecario en la Junta Directiva de la Juventud Jaimista de Pamplona. Cuando en 1919 se produce el cisma mellista, fracturándose el Partido Carlista en todo el Estado español, la línea editorial de El Pensamiento Navarro fue fundamental para lograr que el carlismo navarro apoyase masivamente a Jaime III. En el ámbito navarro esta escisión guardó estrecha relación con el debate abierto en 1918 por los nacionalistas vascos sobre la reclamación de una autonomía vasca que incluyese a Navarra. Los mellistas, dirigidos por Víctor Pradera, se manifestaron como contrarios, rechazando cualquier modificación del status quo cuarentiunista, al mismo tiempo que inversamente los jaimistas eran favorables y se integraban en el «Comité Pro-Autonomía».
«El partido en Navarra se quedó con don Jaime, pero la mayoría de los “carlistas conspicuos” se fueron con Mella y junto con mauristas e integristas cerraron filas en torno a Diario de Navarra, haciendo suyos los postulados del navarrismo político que tuvo su portavoz excepcional en Víctor Pradera. Navarrismo político que se explica más como una pieza del nacionalismo reaccionario español, de reforzamiento de la unidad española frente al separatismo para oponerse al internacionalismo revolucionario, que como una afirmación del hecho diferencial navarro».[4]
Los ataques mutuos entre mellistas, desde Diario de Navarra, y jaimistas, desde El Pensamiento Navarro fueron constantes en esa coyuntura. Sebastián Urisarri exponía en el diario carlista, el 19 de enero de 1919, en un artículo titulado «Momentos gravísimos. Ráfagas de gloria», su «íntima convicción de que jamás la vigencia de sus queridos santos Fueros ha podido serle, ni le ha sido, ni le será gravosa, mientras no los desfiguren y adulteren, quienes alardeando de fueristas como los demás, trabajan por nuestra reintegración foral como los que menos». Víctor Pradera manifestaría, por su parte, que «Lo que sé es, en fin, que el señor Baleztena con los amigos de su famoso comité proautonomía han sido los verdaderos explosivos de nuestro antiguo partido (…) Todos los tocados de nacionalismo, lo mismo en Navarra que en Cataluña, se han puesto frente a mí. No ha sido ésta una crisis jaimista, sino más honda y fundamental». En cambio Jesús Etayo, en una conferencia pronunciada en el Círculo Carlista de Pamplona sobre «La Reintegración Foral de Navarra», sentenciaba que «Quienes recuerdan todo esto para separarnos material y espiritualmente a los navarros de los demás vascos son, precisamente, los que, en toda actuación fuerista de veras, ven brotes de separatismo de España y se erigen en apóstoles de Castilla y predican la unión de Navarra con Aragón».[5] Mientras que el mellismo se incorporaba a las candidaturas alfonsinas y asumía el discurso cuarentaiunista, el jaimismo convergería con el nacionalismo vasco en una coalición electoral llamada «Alianza Foral».
Además la agudización de la conflictividad social supondría una nueva línea de conflicto con la oligarquía liberal. Por entonces los sindicatos social-católicos vinculados al Partido Carlista «no dudaban en entenderse con los socialistas a la hora de las reivindicaciones concretas», por lo que fueron acusados en diversas ocasiones de «bolcheviques».[6] El Pensamiento Navarro defendió en todo momento a estas organizaciones sindicales, recogiendo sus demandas sobre el derecho de huelga, un salario mínimo y la jornada de ocho horas.
«Los carlistas, presionados por su base social popular y amparados en la doctrina social de la Iglesia, buscaron la solución en el sindicalismo libre, reivindicativo y de clase, en la municipalización de los comunales indebidamente apropiados y en potenciar al cooperativismo agrario. Para las clases conservadoras (mellistas, mauristas, integristas) se trataba de experiencias peligrosas “pomposas imitaciones socialistas inspiradas por Don Sturzo”, “cosas extravagantes que encierra la sociología modernista en su Internacional blanca fácilmente dispuesta a alianzas con la Internacional roja”».[7]
Las diferencias entre mellistas y jaimistas no podían ser más patentes, al desarrollar dos respuestas políticas totalmente divergentes respecto a la crisis del régimen de la Primera Restauración. Lógicamente cuando se instaure la dictadura del general Primo de Rivera en 1923, los primeros colaborarían activamente con ella, mientras que la represión se ensañaba con los segundos. Así El Pensamiento Navarro sufrió multas y suspensiones en diversas ocasiones.
En 1920 Jesús Etayo fue sucedido en la dirección del periódico por Miguel Esparza, también defensor de la confluencia con el nacionalismo vasco en torno a un mismo programa político de plena reintegración foral, revitalización de la etnicidad vasca y reformas sociales en beneficio de las clases populares. Por tanto la atención a la situación social del euskera seguiría siendo una constante de El Pensamiento Navarro. Por ejemplo en una nota titulada «Por el euzkera», el 7 de enero de 1921, se lamentaba de que:
«Causa profunda pena el ver cómo de día en día va perdiendo terreno la lengua milenaria, título y ejecutoria la más límpia e irrecusable de nuestra nobleza, de nuestra libertad e independencia seculares, y de todos los derechos que de ellas se derivan y que no hay navarro que no desee conservar».[8]
Con motivo de la polémica abierta por Víctor Pradera en relación al proyecto de Homenaje a los defensores del Castillo de Amayur en 1522, que el político mellista descalificaba como «antiespañol», el jaimismo navarro se posicionó inequívocamente a favor del monumento. Jesús Etayo publicaría en el diario legitimista un artículo titulado «Errores históricos del Sr. Pradera», el 12 de enero de 1921, exaltando las semejanzas entre agramonteses y carlistas:
«Aquel partido agramontés era un partido nobilísimo que (…) fue leal a los Reyes proscritos, maldijo al usurpador y resistió los halagos de éste; aquel partido agramontés se parecía mucho, señor Pradera, al partido carlista que, a pesar de las constituciones y de los reconocimientos oficiales hasta de la Santa Sede, nunca dejó de rendir culto a la legitimidad proscrita y en este partido carlista ha militado el señor Pradera durante treinta años. Y porque hay esta semejanza, entre otras razones, el carlismo navarro ha acogido con entusiasmo el pensamiento magnífico de la Comisión de Monumentos de honrar la santa memoria de aquellos Mártires de la Patria Navarra y de la Legitimidad».[9]
Con razón en fecha muy posterior el historiador carlista Melchor Ferrer Dalmau, en su monumental Historia del Tradicionalismo Español, consideraría que:
«Pradera estaba en rebeldía contra un principio fundamental del carlismo (…) Digamos que fue su amor a España lo que le empujó fuera de la ortodoxia carlista. Será un atenuante. Pero su amor a España no era mayor que el que tenía en su tiempo Carlos VII, y sin embargo éste, que tenía más talento que Pradera, no hubiera sostenido tales cosas. Así no es de extrañar que a la primera ocasión, la cuestión de Mella, Pradera rompiera con un partido cuya doctrina combatía, pretextando defenderla[10] (…) una deformación ideológica que después hemos vista señalada en El Estado Nuevo, un tradicionalismo que no va más allá de los Reyes Católicos, lo que no es tradicionalismo, como lo ha entendido la Comunión (…) Así se explicarán los tumbos que dará fuera del carlismo desde 1919 y sus opiniones desde su reingreso en la Comunión hasta su muerte».[11]
Reflexiones que no hay que olvidar para entender la deriva del carlismo durante los años 1930, cuando se produjo una importante recomposición organizativa y política como consecuencia de la integración de los mellistas y de los integristas, pero también de sectores procedentes del conservadurismo alfonsino. En la nueva Comunión Tradicionalista los antiguos jaimistas fueron marginados en su mayoría, mientras que adquirían gran protagonismo las particulares teorías de Víctor Pradera, muy influenciadas por el neotradicionalismo francés. A pesar de la resistencia de grupos como el «Núcleo de la Lealtad», constituido en torno al periódico jaimista El Cruzado Español, fue promovida una política de aproximación al partido alfonsino Renovación Española, que se expresó en el plano doctrinal, en la revista maurrasiana Acción Española, y en el electoral, en la coalición «Tradicionalistas y Renovación Española» (TYRE). Su finalidad era la conformación de un único partido católico-monárquico español en abierta confrontación con la II República. Por esa razón fue planteada la resolución del histórico pleito dinástico con el reconocimiento de Don Juan de Borbón como heredero de las dos ramas.
Evidentemente para este viaje sobraban muchos elementos del histórico bagaje carlista. Así las temáticas de carácter social y federal fueron difuminadas al mismo tiempo que se priorizaba la lucha contra el anticlericalismo. Igualmente las heterogéneas denominaciones de origen legitimista como «margaritas», «círculo jaimista» o «partido carlista» fueron arrinconadas en favor de un nomenclátor «tradicionalista» («damas tradicionalistas», «comunión tradicionalista», etc.) que sería oficializado de manera prácticamente exclusiva.
Pero también fue necesaria la depuración de los cuadros jaimistas que más se habían caracterizado en los años 1920 por una conducta beligerante respecto al régimen primorriverista. Ese fue el caso de Miguel Esparza, que en 1928 había sido encarcelado por afirmar que aún en caso de extinción de la dinastía legítima, el partido carlista nunca reconocería como rey a Alfonso XIII. Así aunque «en los primeros meses de 1930 los jaimistas llevaron a cabo una intensa campaña de denuncia de la dictadura y sus cómplices. Esta vía fue pronto truncada»[12]. Los nuevos dirigentes como el Conde de Rodezno, que afirmaría en El Pensamiento Navarro que «en España la opción está establecida puramente, simplemente, entre el orden y la anarquía. Y nosotros para la defensa de la sociedad no hemos de regatear los sacrificios», serán recibidos con gran alegría por Diario de Navarra. Con los nacionalistas vascos reclamando un estatuto autonómico y el movimiento obrero exigiendo cambios sociales en el marco de una República democrática, la prioridad para todos los sectores de la clase dirigente era defender el orden establecido. La cuestión religiosa sería la excusa perfecta para manipular y arrastrar al pueblo carlista a una guerra que no era la suya, y de la cual saldrían reforzados una vez más tanto los intereses de clase de la oligarquía como el modelo centralista de Estado.
[1] LAPESKERA, Ramón, De aquellos barros… Prensa navarra y nacionalidad vasca, Txalaparta, Tafalla, 1996, p. 13.
[2] IZU BELLOSO, Miguel José, Navarra como problema. Nación y nacionalismo en Navarra, Biblioteca Nueva, Madrid, 2001, p. 164.
[3] ESPARZA ZABALEGI, José Mari, Vasconavarros. Guía de su identidad, lengua y territorialidad, Txalaparta, Tafalla, 2012, p. 234.
[4] MINA APAT, María Cruz, «Elecciones y partidos políticos en Navarra (1891-1923)», en La España de la Restauración: política, economía, legislación y cultura: I Coloquio de Segovia sobre Historia Contemporánea de España, 1985, p. 123.
[5] LÓPEZ ANTÓN, José Javier, Escritores carlistas en la cultura vasca, Pamiela, Pamplona, 1999, p. 176.
[6] MINA APAT, María Cruz, «La escisión carlista de 1919 y la unión de las derechas», en La crisis de la Restauración. España entre la primera Guerra Mundial y la Segunda República: II Coloquio de Segovia sobre Historia Contemporánea de España, 1986, p. 163.
[7] MINA APAT, María Cruz, «Elecciones y partidos políticos en Navarra (1891-1923)», en La España de…, ob. cit., p. 123.
[8] LÓPEZ ANTÓN, José Javier, Escritores carlistas en…, ob. cit., p. 98
[9] LÓPEZ ANTÓN, José Javier, Escritores carlistas en…, ob. cit., p. 120.
[10] LÓPEZ ANTÓN, José Javier, Escritores carlistas en…, ob. cit., p. 305
[11] LÓPEZ ANTÓN, José Javier, Escritores carlistas en…, ob. cit., p. 125
[12] AOIZ, Floren, El jarrón roto. La Transición en Navarra: una cuestión de Estado, Txalaparta, Tafalla, 2005, p. 31.