Himnos e imaginarios nacionales en la Vasconia del siglo XXI

Artículo de Alberto Porto, secretario general del Partido Carlista-EKA de Gipuzkoa, publicado en Naiz el 23/09/2020 y en Diario de Noticias (Gipuzkoa) el 26/09/2020.

Con motivo del bicentenario del nacimiento de José María Iparraguirre, el pasado 12 de agosto fue presentado en Iruña un manifiesto en el cual se reivindica el Gernikako Arbola como el himno más adecuado para representar al conjunto del pueblo vasco.

Este manifiesto, al que me adhiero sin la más mínima duda, ha suscitado reacciones muy diversas. Posiblemente la más llamativa y significativa sea la postura adoptada por Iñaki Anasagasti. Ese mismo 12 de agosto, en su blog de Deia, el veterano político del PNV publicaba un texto titulado «Aquí el único himno aprobado por Ley es el Gora ta Gora», cuya lectura me llevó a plantearme si lo que Anasagasti nos está diciendo es que todo lo que está aprobado por ley es inmejorable e incuestionable, y sobre todo, inmodificable. Como si las leyes no pudiesen ser cambiadas.

La beligerancia mostrada por Anasagasti no es precisamente casual. En el pasado, ya expresó en diferentes ocasiones su rechazo al uso político del término «Euskal Herria». En ambas cuestiones no ha hecho otra cosa que mostrarse como un celoso guardián de la «ortodoxia» aranista institucionalizada en el actual marco jurídico-político, el mismo marco que implica la división de Hegoalde en dos comunidades autónomas diferenciadas, así como la constricción de nuestros derechos históricos dentro de los límites predeterminados del constitucionalismo madrileño.

Insiste Anasagasti en que el imaginario ideológico difundido por el PNV tiene más de un siglo de antigüedad. Sin embargo, precisamente después de tanto recorrido histórico algo falla si todavía nos encontramos debatiendo sobre cuál es el himno nacional. El discurso identitario que diseñó Sabino Arana muestra unas más que evidentes limitaciones como marco de referencia integradora de una sociedad especialmente plural. En el plano institucional, solamente ha sido asumido por tres de los siete territorios que conforman el país; en el sociológico, son más que menos los que consideran que ciertos símbolos tienen una naturaleza esencial más calificable como estrictamente «partidista» que como verdaderamente «nacional».

El consenso comunitario sobre el cual se cohesionan los pueblos no es algo que se construya nunca fácilmente porque implica transversalidad tanto territorial como ideológica. Anasagasti reivindica a Sabino Arana como el creador del nacionalismo vasco, pero, ¿acaso la identidad vasca no existía previamente como creación colectiva del pueblo vasco a lo largo de las generaciones?

Únicamente entonando el Gernikako Arbola podremos iniciar un camino en el que los vascos nos reencontremos como un solo pueblo, con la «Euskal Herria» de Juan Pérez de Lazarraga (1548-1605) y con el Arrano Beltza del rey Sancho VII de Navarra (1154-1234), en un territorio común a todos nosotros que no es otro que la «sorterria» de nuestra Historia, un espacio mucho más inclusivo que el «aberri» de Sabino Arana.

En pleno siglo XXI, ante el desafío que implica una globalización aculturizadora y alienante, los vascos somos un pueblo en la encrucijada. Nuestra supervivencia requiere como condición imprescindible de nuestra unión, pero una verdadera unión solamente se puede vertebrar desde el respeto a la pluralidad territorial e ideológica, no desde su negación.

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