Causa estupor poder apreciar la estrecha diferencia que se otorga a Emmanuel Macron y Marine Le Pen en una encuesta publicada en la revista Paris Match para la segunda vuelta de las próximas elecciones presidenciales francesas. Al primero esta encuesta le concede un 53% de los sufragios, a Le Pen un 47%.
El sorpasso, o como se quiera llamar, de la extrema derecha hace unos años parecía lejano, como algo imposible que pudiera llegar a ocurrir. Hace cinco años en las últimas elecciones al Elíseo, hubo un reparto porcentual de 66-34 respectivamente.
En 2002, el padre de Marine obtuvo el 17,79% de los votos contra el 82,21% de Chirac, incluso estando este último salpicado por la larga sombra de la corrupción.
En aquel momento, se consideraba a la formación de Le Pen como un partido conservador. Hoy, su hija aborda, sin tapujos, caminos y reivindicaciones sociales con la intención de atraerse a la clase trabajadora y de hecho, en gran parte lo está consiguiendo. Se supone que incluso podría adelantar a Macron nada más y nada menos que “por la izquierda”. No resulta difícil relacionar esta situación con otra época de la historia de Europa de infausto recuerdo.
Si no es esta vez, ¿será la próxima? Las predicciones menos halagüeñas así lo hacen indicar y la caída en desgracia de Putin, principal promotor de los partidos de extrema derecha europeos, no parece que vaya a provocar el desgaste de los mismos, sino todo lo contrario.
Y es que el orden impuesto por Bilderberg y la economía cada día se manifiesta con más claridad y la izquierda ya no es, ni dejan que sea, más que una socialdemocracia castrada al servicio de las necesidades del sistema.